Los que duermen: Juan Gómez Bárcena
Publicado en GRUNDmagazine.
Hace unos días terminaba una artículo para la revista Granite & Rainbow que verá la luz en algo más de un mes en el que hablo de jóvenes escritores y de cómo la prensa se empeña en inventarse generaciones atendiendo a criterios bastante burdos, como la Generación “sí-sí” para enfrentarla a la “ni-ni”. Me preguntaba en el texto, qué tiene que ver la literatura de Jenn Díaz con la de María Zaragoza para incluirla en la misma supuesta generación salvo que pertenecen a un mismo marco generacional, y ni eso es del todo cierto. Esto viene a colación porque de Juan Gómez Bárcena escribí que es el ejemplo a seguir por todos los escritores jóvenes y si bien debido a los límites de la columna para Granite & Rainbow y la temática de la misma no podía desarrollar esta afirmación, ahora me dispongo a hacerlo con todas las consecuencias.
Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) ha publicado dos novelas: El héroe de Duranza (Ed. Ir Indo, 2002) yFarmer Stop (Ed. Complutense, 2010), así como ha disfrutado de una beca en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, la Fundación Caixa Galicia y la FONCA en México D.F. Es licenciado en Historia, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Filosofía.
Los que duermen, son un conjunto de quince relatos hilvanados entre sí por un inquietante equilibrio entre el tiempo literario y el tiempo histórico. Pedazos de momentos ubicados en distintas épocas: desde la Guerra de Troya y Holocausto perpetrado por los nazis hasta un futuro aséptico y perfecto donde los hombres despiertos, antes criogenizados, conviven lustros más tarde con los hombres presentes que son incapaces de entender las emociones de los que sufrieron quizás el abandono y el daño de una bala dentro del estómago. Terrible purgatorio que termina describiendo el penúltimo relato del libro: «2374», donde el Ángel de la Historia que escribió Walter Benjamin se ha inmolado hasta no dejar ni sus cenizas.
No son relatos históricos, sino que el tiempo y el espacio sirven de excusa para hablar de lo que importa, del hombre, sus miedos, su propia existencia -lo absurdo de su propia existencia- de las sensaciones más primitivas que han hecho que el ser humano se mueva por los mismos intereses desde hace más de quince mil años. Relatos que sorprenden no sólo por su madurez sino por que alcanzan la temperatura y el tejido narrativo adecuado para que se pueda decir de ellos que son buena literatura, algo muy difícil en los últimos tiempos, en los que el abuso de referencias culturales, lejos de añadir información en cuanto a forma, estilo o contenido en la historia, no son más que absurdos escaparates en cuyos cristales se miran los autores cegados por su patético reflejo. El reflejo de Juan Gómez Bárcena lo vemos a través de una prosa pulida, elocuente, inteligente donde al leer cada relato imaginamos la voz de un narrador que nos fascina con la historia, sólo la historia. Me atrevo a recurrir a la magdalena de Proust y recordar. Pocas cosas aún no pueden quitarnos. Los que tuvieron, como yo, la suerte de que les leyeran de niños saben de qué hablo.
«Fábula del tiempo», «La leyenda del rey Aktasar», «El regreso» o «El mercader de betunes» -que publicaremos íntegro en el próximo número de GRUNDmagazine- son ejemplos de esos relatos que enlazan con la tradición narradora de Hesíodo y su Trabajo y los días. De igual modo incluso en «Cuaderno de Bitácora I», «Cuaderno de Bitácora II» y «La virgen de los cabellos cortados» vemos como Juan Gómez Bárcena juega de forma inteligente con el estilo, ya que trata de emplear la misma voz que un escribiente de los siglos XVI y XII respectivamente. A pesar de ello, hay que dejar claro una vez más que no son relatos históricos, sino que el conjunto de ellos engloban un concepto más amplio de gatopardismo, si se me permite, en el que demuestra que la propia condición humana no ha cambiado a lo largo de los siglos. Conjunto de cuentos quasi-existencialista, donde -como esbocé anteriormente- existe la fuerte presencia del caos como idea de progreso que introdujera Walter Benjamin, de hecho casi todos los relatos son una eterna y precisa alusión a la IX Tesis de la Historia de la víctima de Portbou. Incluso el relato «Las buenas intenciones» aparentemente distinto al resto por tratar de forma directa y emotiva los estragos del Alzheimer, conecta con el resto aludiendo precisamente a la falta de memoria, no importa que sea individual o colectiva: “Necesito contar por una vez la verdad, porque he maquillado el pasado tantas veces que es como si ya no tuviéramos ninguno, o por el contrario tuviéramos cualquiera”.
Los relatos de la segunda mitad me gustan más, no porque sean mejores, sino quizás porque el estilo cambia a medida que avanza el libro de cuentos y siento más empatía con las historias que narra -cada quién que gestione sus demonios como quiera/pueda-. El relato «Hitler regala una ciudad a los judíos», muestra el teatro dentro del propio teatro, al más puro estilo bretchiano, donde “maquillan” un campo de concentración en Chequia para que los inspectores suizos sientan un alivio moral -que no es sino un alivio de luto-, no he podido evitar recordar cuando Pinochet encerró, torturó y asesinó a los pocos días de su infame golpe en el Estadio Nacional, donde un general mostró a la prensa y días más tarde a una delegación de la UEFA -ya contaremos ya historia en otra ocasión- el menú del día de los prisioneros políticos, haciendo parecer que estaban mejor que en su casa -aunque nadie se creyó la pantomima- denigrándolos aún más si cabe permitiendo que la prensa conmovida incluso les lanzaran cigarrillos. El paso del tiempo y lo absurdo de la inmortalidad a través de los ojos del guarda del seguridad de un museo en «Los que duermen» así como la mofa de la perpetuidad de la carne congelada en «2374» para terminar con algo parecido a la ciencia ficción -magistral- en «La espera» donde lo absurdo de la religión va un paso más allá y un grupo de androides espera la llegada de los humanos que los creadores, mesías impostos donde Juan Gómez Bárcena demuestra que el verbo se hizo carne y la carne se hizo fibra óptica.